Volvió a suceder. Una vez más, desgraciadamente, tenemos que hablar de hechos despreciables sufridos por la sencilla pero a la vez peligrosa razón de ser de un colectivo. Hablo del atentado acaecido en Orlando, en Estados Unidos que sesgó 50 vidas y que iba dirigido a la población homosexual en general y a la ciudad en particular.
En pleno siglo XXI, en países democráticos es no sólo posible sino que también, y para enriquecernos todos, recomendable, que convivamos con personas con diferentes ideas. Nada más agradable que una confrontación en foma de coloquio o debate sobre dos posturas contrapuestas, no obstante, ésto no tiene cabida en ninguna sociedad, y menos aún en una como la nuestra.
No tiene cabida que se cernene la vida de otra persona simplemente porque no es como deseamos, por sencillo que parezca, algunos sujetos no lo tienen en absoluto claro. Y no hablo únicamente del ámbito de la orientación sexual, y tampoco de Estados Unidos, hablo de cualquier tipo de violencia que vivimos en nuestras calles cada día. Por política, por religión, por raza…cualquier motivo es válido para que algunos hagan valer su falsa preeminencia sobre el resto.
Respecto a ello hay un ejemplo muy claro – y que ya traté en su momento -, los mal llamados refugiados (ya que, en puridad, refugiado se denomina a aquél que es acogido en un país extranjero, y lo que se está haciendo dista mucho del término acoger) y el retrato de la sociedad al respecto, que usa cualquier tipo de falacia (en muchas ocasiones de ridículo fundamento, cuando no directamente creado para la ocasión).
“[…] la moral mínima quedaría reducida a un número extraordinariamente limitado de preceptos […] aquéllos sobre cuya base se fundamenta la propia existencia y que, de alguna manera, reflejan los elementos inherentes a la misma condición humana.” *
Aún recuerdo la ponencia-clase magistral – en éste caso, el nombre hace honor a la misma – excepcional, pues trabaja en otra universidad que no es la mía, del profesor Ara Pinilla en la que nos explicó precisamente éste apartado del temario de su libro, “Derecho y moral”. Sin lugar a dudas, de sus palabras se desprendía una inmensa sabiduría. El caso es que a la vista de todo lo que sucede en nuestro país, en nuestra localidad, e incluso también en la misma calle en que vivimos, me surgen serias dudas sobre si aún podemos otorgar plena vigencia a un concepto como ese.
Vista la deshumanización de la sociedad actual, creo posible considerar un atrevimiento dar a ‘moral mínima’ una definición como la que le otorga el profesor Ara Pinilla. Visto que se desprecia a personas que huyen de la muerte, que se persigue y agrede (ya sea física o verbalmente) a quienes tienen ideas que difieren de las nuestras (como es habitual en mis comentarios, entiéndase éste como un plural meramente inclusivo), ¿Ello es propio de la misma condición de ser humano? Permítanme que lo dude, y lo peor de todo, que cada día hay más voces que se alejan precisamente de eso, de la condición de ser humano.
- ARA PINILLA, Ignacio. Teoría del Derecho. 2ª Edición. Taller Ediciones JB. ISBN 84-6054-248-3